martes, 23 de junio de 2020

José Félix: el Turpial de Tubará


En la vida uno conoce tanta gente, que llega el momento en que olvida, sin olvidar, puede hasta no recordar los nombres, diciendo yo lo conozco, pero su nombre se me escapa; a veces las imágenes de esas caras se nos pierde  en el recuerdo, quedando en un limbo momentáneo o permanente.

Sin embargo, hay personas que son difíciles de borrar de nuestra memoria, es el caso de  José Félix González Molinares, un campesino, férreo, trabajador, audaz y auténtico, que ha trabajado la tierra desde que era un niño para ayudar con el sustento de su familia. Así, sembrando maíz, yuca, guandú, millo y otros cultivos que a su mano tuviera, crió a  ocho hijos, con la ayuda de Alba su esposa,  de los cuales uno falleció. Con 80 años, plasmados en sus arrugas, sus ásperas manos, que el tiempo, el cansancio y el machete  ayudó a endurecer ha vivido toda su vida, sin grandes pretensiones.  Este tubareño, nacido en el corregimiento de Guaymaral, ha visto pasar muchas  generaciones, con el afán propio del hombre que debe mantener la familia a fuerza de pulso y sudor. 

No aprendió a leer, tampoco a escribir, pero a la hora de inspirarse, Dios le regaló un don que pocas personas tienen, sus versos le aliviaban las jornadas extenuantes  cuando al templar el sol,  la tierra se volvía un horno y buscaba el amparo de algún árbol; o cuando bajo la lluvia, sus abarcas se hundían en el barro pegajoso y resbaladizo, que le hacía a veces maldecir sin querer.  Podemos decir que es el único y el último decimero o poeta natural que hay en estas tierras de lomas y palmares, por eso es conocido como el Turpial. Su talento poco apreciado, valorado y reconocido, lo más lejos que lo ha llevado es a Cartagena, pero aun así se siente orgulloso de representar al municipio de Tubará, (Atlántico,  Colombia) en cuanta actividad cultural y folclórica lo inviten, a veces por sus propios medios ha estado en Usiacurí, Baranoa, Puerto Colombia.
Tiene una simpatía  y una picardía natural, reflejada en sus ojos claros, que se iluminan al recordar la presentación que hizo en un hotel bonito, según sus propias palabras. El hotel al cual se refiere es el Hotel del Prado, en un evento al que fue invitado “por la mismísima Gobernación” lo dice con orgullo.
De joven aprendió a tocar guitarra, cantaba rancheras y valses de Javier Solís y Julio Jaramillo, ya entonado se iba a dar  serenatas  en esas noches en que la luna acompañaba al enamorado que lo convencía para cantar alguna canción a su enamorada. En esa época en que no había luz, los caminos se aprendían por instinto,  las casas  no quedaban a cuadras, sino a metros de lomas  y portones de palo, sin embargo todo era más tranquilo. Se graduó de médico tradicional,  herencia de sus antepasados indígenas, aprendió a curar  porque en las hierbas está el secreto de la vida,  camina diariamente por el monte buscando estas plantas para sus pacientes, a quienes ha curado según él  de próstata, diabetes, entre otras enfermedades lo que le genera una fuente de ingreso.
Tiene un sueño y es ver su imagen en un afiche o una pintura, en el que la Alcaldía de Tubará le reconozca su valor cultural y folclórico, mientras tanto seguirá improvisando versos, para robarle alegría a las tristezas en estos  tiempos difíciles.




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