Sin embargo, hay personas que son difíciles de
borrar de nuestra memoria, es el caso de José
Félix González Molinares, un campesino, férreo, trabajador, audaz y
auténtico, que ha trabajado la tierra desde que era un niño para ayudar con el
sustento de su familia. Así, sembrando maíz, yuca, guandú, millo y otros
cultivos que a su mano tuviera, crió a ocho hijos, con la ayuda de Alba su esposa, de los cuales uno falleció. Con 80 años, plasmados
en sus arrugas, sus ásperas manos, que el tiempo, el cansancio y el machete ayudó a endurecer ha vivido toda su vida, sin
grandes pretensiones. Este tubareño,
nacido en el corregimiento de Guaymaral, ha visto pasar muchas generaciones, con el afán propio del hombre
que debe mantener la familia a fuerza de pulso y sudor.
No aprendió a leer,
tampoco a escribir, pero a la hora de inspirarse, Dios le regaló un don que
pocas personas tienen, sus versos le aliviaban las jornadas extenuantes cuando al templar el sol, la tierra se volvía un horno y buscaba el
amparo de algún árbol; o cuando bajo la lluvia, sus abarcas se hundían en el
barro pegajoso y resbaladizo, que le hacía a veces maldecir sin querer. Podemos decir que es el único y el último
decimero o poeta natural que hay en estas tierras de lomas y palmares, por eso es conocido como
el Turpial. Su talento poco apreciado,
valorado y reconocido, lo más lejos que lo ha llevado es a Cartagena, pero aun
así se siente orgulloso de representar al municipio de Tubará, (Atlántico, Colombia) en cuanta actividad cultural y
folclórica lo inviten, a veces por sus propios medios ha estado en Usiacurí,
Baranoa, Puerto Colombia.
Tiene una
simpatía y una picardía natural,
reflejada en sus ojos claros, que se iluminan al recordar la presentación que
hizo en un hotel bonito, según sus propias palabras. El hotel al cual se
refiere es el Hotel del Prado, en un
evento al que fue invitado “por la mismísima Gobernación” lo dice con orgullo.
De joven
aprendió a tocar guitarra, cantaba rancheras y valses de Javier Solís y Julio
Jaramillo, ya entonado se iba a dar
serenatas en esas noches en que
la luna acompañaba al enamorado que lo convencía para cantar alguna canción a
su enamorada. En esa época en que no había luz, los caminos se aprendían por
instinto, las casas no quedaban
a cuadras, sino a metros de lomas y
portones de palo, sin embargo todo era más tranquilo. Se graduó de médico
tradicional, herencia de sus antepasados
indígenas, aprendió a curar porque en las
hierbas está el secreto de la vida,
camina diariamente por el monte buscando estas plantas para sus
pacientes, a quienes ha curado según él de próstata, diabetes, entre otras
enfermedades lo que le genera una fuente de ingreso.
Tiene un sueño y
es ver su imagen en un afiche o una pintura, en el que la Alcaldía de Tubará le
reconozca su valor cultural y folclórico, mientras tanto seguirá improvisando
versos, para robarle alegría a las tristezas en estos tiempos difíciles.
mi querido amigo turpial.un encanto de persona.
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