Con
casi 70 años de edad, Juana ya piensa que comenzó su etapa en donde debe darse
un descanso y ceder a sus hijos lo que adquirió durante su vida laboral.
Ella
quería tomar la mejor decisión para tratar de ser justa con cada uno de ellos,
ya que eran sus hijos, los que ella parió, ellos aspiran una distribución equitativa,
aunque cada uno tomó rumbos diferentes en la vida, la hija que siempre ha
vivido a su lado, el hijo que formó su hogar aparte y el otro que hasta hace
unos días regresó al hogar materno después de una vida de andariego.
La
parábola de Lucas 15, le vino a su mente, aquella del hijo Pródigo, la cual comparó
con dos de sus hijos, él que derrochó su dinero en sus andanzas con mujeres y
tragos y hoy regresaba arrepentido, sin plata y hasta enfermo, su hija la que
siempre ha estado a su lado, la que algunos dicen que más ha gozado y
disfrutado de todo lo que adquirió, pero también es quien la ha ayudado y
soportado durante todo este tiempo.
Por
otro lado está su tercer hijo, ese que comparte la vida con su mujer y que ha
logrado una estabilidad financiera, adquiriendo bienes y con los cuales también
la ayuda económicamente.
Ante
este panorama se enfrenta, la repartición de su patrimonio: Dar la mayor parte
al hijo que estuvo ausente durante mucho tiempo y hoy necesita de ella, darle a
la hija la recompensa por acompañarla tanto tiempo o querer darle una pequeña
parte al hijo que obtuvo sus propiedades a través de su esfuerzo, aunque con
eso castigue su tenacidad.
Es
una decisión bastante difícil, a veces es
preferible no estar en ese apuro, se necesita una iluminación divina, para
complacer a todos y si esta no llega, seguirá su vida, dándoles lo mejor de
ella.
Así
les da tiempo a ellos para que consigan sus propias cosas y en un futuro no muy
lejano estén en esta situación igual a Juana.
La
justicia ordinaria será quien decida, cuando ella muera, para que reciban su
herencia y hagan uso de ella.
Mientras
tanto les tocará esperar…
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