En
la desembocadura del Rio Magdalena y en su encuentro con el mar Caribe, hay un
lugar conocido como Bocas de Cenizas; para llegar se necesita de un recorrido de
unos 7.5 kms. Sentado sobre unos peñascos grandes, observo ese espectáculo
maravilloso que nos brinda la naturaleza, admiro el respeto de esas masas de
aguas que no cruzan su línea imaginaria, en donde la brisa sopla fuertemente y
las olas salpican suavemente mi piel, sin proponérmelo surge enseguida un paralelo de lo que es mi
vida.
El Rio
abundante como es se ve tranquilo, es la fuente de vida de muchas personas y
animales, a su vez, el Mar con sus olas, su belleza de colores y su inmensidad,
es un enigma inagotable para los soñadores.
Sin
embargo, el Rio trae corrientes por debajo y arrastra todo lo que encuentra a
su paso, al igual el Mar de quien se dice hay que tenerle respeto, por ser ese monstruo indomable (descrito por Julio Flórez
en su poema Idilio eterno) pues en
cualquier momento nos puede atrapar.
Ese
análisis de comparación lo hago en éste sitio con la misma intensidad del que
vive entre dos hogares… vivir así entre el Mar y el Rio, es lo mismo, dos hechos tan distintos pero tan
iguales, donde algunas veces se encuentra tranquilidad, calidez, la belleza y
hasta sueños, pero también situaciones de turbulencias, desánimo, cansancio y
hasta de abandono, como queriendo
que las corrientes del Rio y las olas
del Mar te pudieran arrastrar,
hasta terminar con todo.
De
pronto una salpicada de las olas me saca de mi pensamiento y me digo afortunadamente
sé nadar y siempre alcanzo la orilla para sortear de alguna manera esos
obstáculos.
El
Mar siempre ha de permanecer, al igual que el Río con sus afluentes que lo
alimentan, pasa lo mismo en nuestras vidas en donde lo más importante de una
familia no es vivir juntos, sino estar unidos.
Por: Giovanny Ferrer Castillo
Colaborador
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